Christian Iván

cuando no estes conmigo.

 

Cuando no estés conmigo.

I

Las mañanas, la tarde rosa, me recuerda a tu sonrisa,

Las bellas rosas, el cantar de las bandadas,

Partiendo a la gratificante aurora,

Las sonrisas que ella me regalaba, eran lluvias de amapolas,

Pétalos de rosas empapan tu velamen,

Tus ojos tiernos, pardos como dos lunas  cabrillean tés,

Tus halitos, como el golpear de las hojas en los soles.

II

El alba purpura descendiendo a tu cuerpo manso y tierno,

Replicando por tu amor el poeta, que  grita en lamento,

A tu lar, esperando una partida, que no llegara,

Un abrazo como el mío, nadie te lo dará igual,

Un beso en tus labios de perlas, es lo que nos dice que desea el poeta,

Yéndome flotando al santuario de la ciénaga preciosa,

Regresar por otro beso tuyo, para ufanarme de tu esencia.

III

Oh, mi más preciada musa, de las lagunas de las benevolencias,

Déjame llegar a tus sueños y hablarte de los míos,

Lo que e soñado contigo, y que pido es solo tu amorío,

Hablarte de las delicadezas que posee tu alma,

Tus palabras bellas odas en música,

Que palpan los arcángeles, las aves al volar a su morada labrada,

Renacen las sonrisas, los pueriles cantan,

Todo es felicidad a tu llegada, todo es tristeza a tu partida.

 

IV

Déjame tocarte endeblemente, cada parte de tu cuerpo,

Lindo como ninguno, parajes, oteros perfumados,

¿Inexorables estertores del hombre que muere en tu santuario,

En cuclillas y triste a tus pies, rogando por tu amorío?

Las estrellas son tuyas, alhajas, mares en dolor,

Trombas en las lagunas, sin cordura, si tu te vas,

Iré a recogerte en donde se encuentre, a donde de su vuelo,

No resisto ver su brío lacerada, acongojada en mil tristezas,

Yo le daré mis lágrimas, mis penas y mis desdichas,

 

La confianza que se le da al ángel, envuelta en cenizas,

En guirnaldas perfumadas, cabellos de plata,

Protegida sempiternamente, acogida por la luz bermeja de las albas.

V

Las lluvias solitarias y amargas; en las que pedía que volvieras,

En la sombra mas espantosa y negruzca; a mi mano una centinela,

Mi única esperanza en la tempestad, cada brazada, cada gota,

Nada inicua para las lágrimas, las más ruines miserias,

Desaparecen!, a tu lado solo existe tempestar,

Campiñas de oro azur, cipreses y lagunas de almíbar,

Oh, mi corazón se va contigo, a donde quiera que usted vaya,

En sus mas gratas ambrosias, debajo de la luna llena,

Podre cuidarla; inefable tortura que me esperara;

Desoladas noches execrables, que no la tendré,

Para recitarle un poema, una oda, un soneto, una canción,

Debajo de la sombría y doliente noche,

Que no pueda gozar del más imparcial reproche;

Que en un cieno fino y friático encontré una vez,

Los recuerdos de la mujer; que temía no volver a ver,

Bramaba vesánico aquella tarde, envuelto en estas paginas endebles,

Siguiendo tu estela cándida, alzando al vuelo el amar y querer,

Y vuelva en vaivén una y otra vez a tu sien,

Recostada en el lecho de nubes de algodón,

Pensando en tu amado y tórrido cuerpo al son de cantos de amor,

A un dios que pueda darle a este mozuelo el más grato don,

Para poder vivir sin el dolor, y sin bramidos de horror,

A su tiranía; encadenado a su delicia,

Aunque no lo resista, aun solo conforme en que viva en mi fantasía,

Al más cercano y torturado sueño, que solo pueda dar el último, esmero y lacerado clamor de tristeza.

VI

La más dulce y abracadabrante mujer, labrada por dioses,

Nunca podre olvidarla, jamás los recuerdos podrán ser moribundos y fúnebres,

Hostil la recordare al acariciarme el viento después de un ímpetu celaje,

Viviré despierto después de un sueño eterno,

Furibundo y fruncido en los senderos veraniegos,

 

A las costas del mar muerto, debajo del laurel mas sosiego,

Esperando por ti; a que llegue a mi…