Me lleno de regocijo espiritual
cuando salgo a regar el jardín,
porque una satisfacción especial
se va apoderando de mi.
Regar plantas y flores
es ir mojando la esperanza;
es disfrutar los verdores
que nos ofrecen las matas.
Esos seres vegetales
con sus raíces, hojas y tallos
nos alejan de los males
cada vez que los regamos.
Cuando el agua humedece
la cara de mi jardín
mi alma alegre se enaltece
con su fragancia gentil.
Quiero en tardes serenas
mezclarme entre la espesura
y regarlas a manos llenas
con agua y con ternura.
Agua que dejo caer
sobre la verde presencia
es agua que vuelve a florecer
y oxigena mi existencia.
Regar con manos amigas
multiplicando la savia vital,
es pintar el mundo de clorofila,
fusionando lo humano y lo vegetal.
Quiero abonar su esperanza
porque se que las plantas agradecen,
que bonitas son las matas
que cuando las riegan, florecen.
Esto que voy a escribir
sé que habrá quien lo dude,
y es que cuando riego el jardín:
¡Me siento como en las nubes!
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