Aún recuerdo aquel medio día...
la primera vez que en vida
ví el sol quemar mi rostro, diría,
con una sonrisa de ternura.
Todo parecía al comienzo una travesía,
pues no recuerdo a un Centauro
ni mensajero ni Babieca moverse
tan rápido y sigiloso cual yo hacía.
Antes de ello estaba lánguidamente
apoyado en el respaldar del aire,
cuando de pronto, como reina griega
bajó los escalones de mármol a mi vera.
¡Nunca vio semejante hermosura Bécquer,
ni Darío en las páginas de su mente
escrito tuvo sus rasgos, celosamente
guardados en las páginas del presente!
Viniste a mí como una dulce visión,
un rayo de luna que acaso descendió
en los arcos de Eros para besar
con amor mi triste corazón.
Como un beso fugaz pasaste junto a mí,
no puedo explicar la alegría que sentí,
tampoco pensar en qué momento corrí,
pues sólo recuerdo estar junto a tí.
Parece que el destino lo sabía,
sin contar la sonrisa del señor
que atendía más mi suerte
y el gesto de caballería.
¡No estoy deacuerdo con Yocasta
que en la vida sólo hay suerte,
pues mi destino y mi presente
a su coincidencia no basta!
Ella bebió del dulce manjar
que humildemente le ofrecí,
pues yo soy solo un vasallo
y ella reina... ¡Mas me callo!
Después de un silencio que sirvió
para acrecentar mi desesperación,
rompí la puerta de mis labios
y un suspiro escapó de mis boca.
Sus manos, ¡que finas y blancas!,
sus labios como rosas escarlatas,
un par de sonidos pude yo emitir,
mas nada sé desde el día en que te vi.