Un ciego caminaba por una senda,
guiado por su perro lazarillo,
y se topó con un caminante cualquiera
que caminando a prisa y por descuido
con unos grafios de agudo filo,
que sobre sus hombros traía
causó un terrible accidente
y dejó al pobre invidente
con sus dos cuencas vacías.
Aquel hombre asumió con valentía
la magnitud del daño causado
y sin recurrir a defensa de abogado
acudió sin demora, de una vez,
a admitir su culpa frente a un juez
y le comentó de modo sereno:
Su señoría, a usted me entrego
he causado un daño irreparable
y he venido a confesarme culpable
por haber dejado, a un hombre ciego.
Muchas veces causamos daño…
Pero a veces también, lo magnificamos.