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VÍA CRUCIS

Un sol tibio endulzaba la tarde entre el pinar. Desde lo alto, ascendidos que fueran los casi interminables escalones, se divisaba la amplia avenida, allá abajo y los peregrinos que transitaban tranquilamente, algunos hacia el Monte Calvario, otros con ignorados rumbos.

 

A este Vía Crucis de la Tercera Edad, ya por comenzar, se fueron uniendo plateadas o desnudas cabezas, adoloridas piernas, vidas arrugadas, tiempos, tiempos, muchos tiempos, muchas vidas.

 

Una pequeña cruz encabezaba el lote de un enjambre de oraciones musitadas algunas, altisonantes otras y el megáfono que indicaba en cada Estación los rezos y las dolorosas situaciones que viviera N.S. Jesucristo. Allí me percaté que no recordaba muy bien el Padre Nuestro, mejor el Ave María y poquísimo de lo demás. No obstante, comenzaron a venir a mi mente, como cuando siendo niño las decíamos  a dúo con la abuela Ramona o cuando en la pequeña parroquia las recitaba tan de memoria que me daba tiempo a mirar las figuras estampadas en las paredes o entretenerme con los rayos de sol que ingresaban, intrusos, por los vitrales de las reducidas ventanas.

 

La ascensión se hacía un tanto dificultosa, a veces por lo empinado del sendero, otras por las rocas salientes y las más por el lento movimiento de aquellos tantos años que portaba cada uno de los feligreses. A mi derecha una señora obesa con gruesas gotas de sudor sobre su rostro, a mi derecha un anciano con bastón que pese a ello demostraba bastante agilidad. Delante, dos mujeres con pañuelo a la cabeza, comentaban sobre el hermoso paisaje que se podía admirar desde allí, aunque –claro estaba- no era el momento.

 

Una brisa otoñal, impregnada de aromas de pinos y eucaliptus bailoteaba a nuestro alrededor. Se me ocurrió pensar que el tramo que unía cada Estación era como esos momentos felices de la vida, entonces venían a mi memoria mi niñez, mis viejos, mis hermanos, mis hijos, mis nietos, mis amigos, hasta mi enamoramiento y se me escapaba una leve sonrisa.

 

Nuevamente a rememorar cada uno de los flagelos sufridos por N.S. Jesucristo hasta llegar a la cima, su Crucifixión, su Muerte, su Resurrección.

 

Y allí estaba yo en lo más alto del cerro, a mi frente la enorme cruz, a mi izquierda el Santo Sepulcro y mis oraciones que ya se diluían en el atardecer.

 

Aunque no lo creas, se siente como un renacer y al volver mi mirada hacia abajo, donde los peregrinos deambulan por esta Semana Santa en las activadas calles de mi ciudad, es como una luz de paz, serenidad y esperanza que brilla ahora en cada cosa y en cada rostro.

 

Felices Pascuas, queridos amigos.

 

Derechos reservados por Ruben Maldonado.