Ganando el tiempo al tiempo,
haciendo de un suspiro algo eterno,
te aferras al último estertor con miedo
y gastas tus fuerzas en tu último lamento:
“Padre, en tus manos mi espíritu encomiendo”
…Y en el silencio se escucha el silencio
del corazón de un hombre en un madero;
sobrecogido está todo un pueblo
al contemplar a su bien amado Nazareno…
El verbo que un día se hizo cordero
en una modesta cruz yace ahora muerto
para así apagar las llamas de los infiernos
para así mostrar a todos el angosto sendero
que conduce hasta su eterno reino
mucho más allá de este mortal cielo.
Cielo que en dos se rompe hoy con el estruendo
de miles de tambores y de clarines al viento
que marcan el compás a unos sufridos costaleros,
que hacen vibrar a las almas en sus adentros,
que callan cuando una saeta surge desde un pecho
para mostrar su enorme dolor a su Dios verdadero.