En el archipiélago del mar caribeño, te engendraste con el calor del sol cubano a orillas de un rio, de mil historias vividas, de mil cuentos contados, de la gracia de las hadas, del retoño de la naturaleza resguardada entre la palma y el coco.
Un ser sublime de otra época, un ser fugitivo del tiempo, un regalo al que te lée, una sonrisa en un desierto quemado por la ausencia de tu cuerpo, y las caricias que desbordan tus palabras, y la mirada de fuego que das. Es mucho en un solo ser, el cual quisiera probar.
Como el sabor del mojito cubano, de hierbabuena tus besos han brotado de la sabia viva de los campos, destilando el suave olor de la menta que abre mis labios ante ti, y la frescura de tu alma que al entrar por el balcón hace temblar las ganas de que te quedes en mis sueños, de que te quedes aquí.
Con limón y azúcar moreno desafiando la blancura de tan leal bebida, dan ganas de beberte a ti, con todo y hielo derretirte, columpiarme como liana en el aguardiente del deseo que tu piel que transpira el ritmo, déjame ser la que ponga el resto del sabor.
Y de la angostura amarga de las bravas tierras tropicales que has dejado esculpir en tu figura, déjame beber de ella, alimentarme de la fantasía que provoca saber más de ti, aunque no sé nada, de nada, solo de los sentimientos que se esfuman en la cabeza nauseabunda de tantas vueltas que da y se fermentan las ideas con el ardiente bacardi y evocan los deseos humanos de emborracharme contigo.
Hombre, no sé nada de tu vida, de tu vaivén en el Caribe, de tu historia, de tu cultura, solo sé que estas ahí, en alguna parte del mundo esperando tu mitad, si tan solo estuvieras aquí cerquita de mi pecho podría saborearte y no verte como una fantasía acuática que se me escapa de los dedos, de mi vida y de esta torpeza embriagante de querer besar tu piel.