Sentado en su presto y presuroso corcel,
el príncipe vuela para poder alcanzar
el trazo del sol y su final pincel,
donde está el beso que le hace soñar.
Su mente se agita, al sentir la miel
de los cálidos labios que anhela besar.
El trote que escucha, es para él
el preludio de un arte que se va a relatar.
La noche ya viene, y el atardecer
parece un cuadro del pintor Renoir,
donde los puntos se unen y hacen creer
que dos altas siluetas se van a mezclar.
El príncipe vuela en su jadeante corcel
y por fin logra su destino alcanzar.
De un intrépido salto, ahora decide correr
hacia la dulce princesa que le hizo soñar.
Ella, pintada de blanco en el lienzo de su piel,
percibe en sus labios un dulce cantar.
Al fin, con un soñado beso, termina el pincel
un cuadro galante del pintor Renoir.