Recuerdo un cielo enrojecido por la luna.
Las nubes parecian sujetos temperamentales
Y el viento venia cabalgando fuerte en el pavimento.
Hacia el frente se abria una calle empinada
Atestada de ventanas curiosas,
De gatos con forma de enigmas
Y un atardecer que se decantaba
Por la inclinación del camino.
Entre el final la calle
Y el nacimiento de la explanada monumental
De pasto y arboles solemnes,
Se encontraba esperandome
Una mujer con rizos tono onix,
Una sonrisa plena y memorable,
Unas pestañas extensas
Que enmarcaban sos ojos
Imposibles de no ver,
Y un aroma en su piel perfecta
Que me atraia peligrosamente
A Ella.
Digo peligrosamente
Porque mientras avanzaba
Al Encuentro
Con la dama en cuestión,
Se iban incrustando en mi piel
Pequeños aguijones ardientes,
Alguna suerte de lluvia acida,
Minuscula y concreta
Que reventaba
En toda mi extensión,
Incluso dentro de mi ropa.
Pero nunca bajé la velocidad.
Entre mas cerca estaba
De la dama,
Mas rapido avanzaba,
Y sin pensar en nada mas,
Salté para alcanzar sus manos
En medio de la luz tenue
Que daba la luna roja
Atardecida en ese momento.
Desperté,
Caí en la cuenta de estarlo
Y besé la piel
Del hombro y de la cerviz
Propiedad de la dama
Que dormía a mi lado,
En esa noche de lluvia de mentiras,
De niebla invisible.
Y en la piel estaban
Las marcas puntiagudas
De aquellos aguijones imposibles.
Nunca esos aguijones
Me separarian
De mi dama.