El tiempo sin pasar
se ovilla en su nido de recuerdos.
El mar golpea la piedra
y el corazón se yergue en su urna de cristal.
El viento que anoche no ha dormido
se arremolina buscando unos labios
que de tormentos mal curados se enciendan
y lo convierta en suspiros en cruz.
Mariposas amarillas mojan sus alas
en la garúa del olvido.
Dos manos se aferran a la punta de una estrella
acariciando nombres que volaron sin perdón.
Se sueltan las cadenas que amarraron ilusiones
como utopía inocente de huérfanos sin paz.
Truena el pasado en su tumba indiferente
y se agrieta la carne sin caricia y con sed.
Con ellos, quedaron mis ojos, mi alma y mis huellas.
Hoy, de espaldas al horizonte,
pretéritas vestales entonan su adiós.
Adelante, sé que no hay caminos. Que sólo está Dios.