La centella, una rosa sedienta de calma, el hambriento aún sin mento,
¿De dónde era? ¿qué comía? La respuesta es viento de séfiros .
Donantes de ese espíritu arribista danzaban en la Sodoma
Y la echaban suavemente hacia Él,
Euforico estaba el solsticio, cuando se encontró su camino
Divagando entre el universo regido por aquel que todo lo esconde;
Desviado después de haber visto el abismal trayecto,
Desbocándose a causa del estúpido, aberrante y eufemino tiempo,
Brotando desde sus silencios, por los que sometió a Yaldabaoht
A cada uno de los pensamientos ocultos tras el inocuo velo,
Escondido en la inesperada revelación.