Cubrir con la transparencia
de un espejismo.
Sentir latir en las venas
el viento.
Morir ahogado en un
desierto.
Volar en el mar con alas
de estruendo
y escalar las gotas de lluvia
para llegar al cielo.
No, no fue el vuelo
del el ave de las cenizas y fuego.
Fue el duende del fango,
que corrió a la estatura
que nunca tendría,
tan alta como el cielo.