El es muchas cosas, según el ojo que lo vea
y el corazón que lo sienta.
Es, por ejemplo, un fósil vivo:
reliquia de edades pasadas
muestra de lo que era el hombre en tiempos idos;
con la codiciable ventaja
de que los estratos del mundo
no lo han matado
¡El indio vive!
Pero para muchos, el indio es eso: un fósil vivo.
Eso, o folklore o atracción turística , vena de explotación
o vergûenza de la patria.
La realidad es muy otra, y mucho más noble desde luego:
el indio es un compatriota y un hermano.
Hermano que ha quedado en retraso
y necesita urgente redención.
Siglos de opresión han marcado su alma
y ante la incomprensión egoísta que los excluye
y la despectiva altivez que los hiere,
sepultan su vida íntima
en la fiel profundidad de su reserva.
Y vamos viviendo...
ellos su vida en su mundo, y la nuestra nosotros
sin que haya medio
ni de que ellos se nos abran
ni de que nosotros los comprendamos.
Ellos lo sienten, sienten que nosotros los tratamos
como quien quiere viloentarlos
a que se plieguen a nuestros modos
y aquí ya no llega su sufrida docilidad.
Por ello, para redimirle
es preciso descender a su alma...
explorarla, comprenderla.
Y luego, enriquecer de savia nueva las raíces
escondidas de su ser.
Con menos que eso no podemos contentarnos.
Por que con menos que eso,
¡El indio es irredimible!