La calma infamó mi altivez rutilante,
tocó la muralla y sentí tu latido.
Dísteme indulto renaciente.
Tu límpido amor despertó en mi espíritu
fulgor que añoraba elevarse al cïelo:
eres la Causa inenarrable.
¿Precisas palabras para oír al infausto?
Montañas oprimen su voz, y lo escuchas.
Luz que conduce al extraviado.
¿Existe el problema sin duda que aceche?
Percibo la euforia del canto inaudible,
lóbrega fe que ya no busco.
No veo la brisa, y preciso el frescor.
Tu mano estará por siempre en mi hombro:
Padre, sentí tu regocijo.
Leticia me da que al herido levantes.
Señor, elevaste el camino impoluto.
¡Cuán alejado me encontré!
Quisiera volar con los cisnes celestes,
sondar los secretos de nubes volátiles,
oír la oración de los ángeles.
¿Podré amparar mi aflicción en tu pecho?
¿Podrás absolver a un infante abatido?
Sé que tu gracia lo permite.
Tendré libertad sin razón que me ordene
soñar con el seso y pensar con el estro.
Siervo de un déspota jamás.
Lloré por pasión y mi nombre mentí;
negué el Paráclito y alcé mi cabeza:
eres mi eterno confidente.
Mi orgullo limpié en tu humildad infinita
y vi el ocaso de un días pluvioso.
Diáfano es tu resplandor.
Dijísteme: “Hijo, levanta la vista.
No habrá lobreguez si a mi lado te encuentras.”
¡Gracias Señor por auxiliarme!
Rodrigo Eugui Ferrari
Uruguay