Ninguno tiene mis lágrimas; todos tienen mis aguas. Ninguno oculta la furia de mi tinta que corre por estas montañas. Todos esconden el arrebozo de mi alma encerrada. En ellos se abatían mis senos llenos de vida. Emergían erectos mirando un cielo sin nubes negras. Nada amenazaba mis pezones, como dos ballestas apuntaban el infinito buscando el sol de mi norte.
Yo mujer, nacía de las ruinas de un pueblo en llamas.