Con la sed devorando mi garganta,
yo creí estar sola en el desierto…
Un torbellino de arena blanca, levantábase
envolviendo mi humanidad doliente.
Tuve miedo, mucho miedo de estar sola...
con el sol calcinando mi frente
y una manta de espejismo me cubría,
de una gran tempestad de niebla ardiente.
Por ausencia de la lluvia, condensáronse
los cristales que las nubes retenían
y acompasando mis pasos la soledad hiriente...
pasos tan lerdos y pesados
que se hundían en la arena movediza,
de aquel lugar azotado por la brisa.
La arrítmia de mi corazón se agigantaba,
abigarrado el pensamiento se dilataba
perdiendo la noción del tiempo y del espacio.
¡Sin saber hacia dónde dirigir las huellas!
para encontrar un oasis que calmar pudiera
la sed que mis adentros agobiara.
¡Qué soledad fuese compañía!...yo, dudaba,
no me quedó otro remedio que aceptarla
y anduve con ella noche y día,
buscando un ramaje para asirnos,
tropezando con dunas cada instante
y con los cactus que adornaban el desierto.
Ni norte, ni occidente, ni sur teníamos...
ni brújula, ni estrella, que nos guiara
en ese horizonte incandescente.
Me miraba soledad con ojos compasivos,
me le fui arrimando despacito
y quise que en su regazo me acunara,
entonces ya no me sentí tan sola,
pude comprobar lo que decían,
qué muchas veces, soledad…
¡Soledad también es compañía!
Felina
EL DESIERTO DE MI SOLEDAD