Sólo deseábamos
llenar la cama con dos cuerpos,
desgarrando todo aquello
que no nos permitía
llegar a la desnudez.
Dejando de
escuchar las manecillas
del reloj apresurado,
y poniendo un silencio
con el reloj de arena.
Rutina placentera,
condenaste tres de mis sentidos
e hiciste que mi sed
se trate de pechos
y no de un corazón amado.
Que suerte la de mi cuerpo,
el que lucha contra el deseo
de los mismos pechos,
y me calla
y me atrapa a menudo.