Para los besos
prisioneros en mi boca
encontré tus labios.
Cuando busqué el color del cielo
más lleno de mesura
encontré tus ojos.
Para mí que los días
se cansaran de rodar
y fueras tú
el fin de estos laberintos,
la última ventana por abrir,
el único terremoto de alegría.
Para mí que me dejen silencioso
mientras me enredo
en tu sonrisa serena.
Dime entonces:
¿Cuándo cortarás las cadenas
de tus delicadas manos?
Dejándolas que duerman
en mi rostro, inconscientes.
¿Para qué te habrán puesto
en el centro de mis ojos?
Y no en los de besos estacionales,
o en esos pájaros migratorios,
o en esos huracanes sin nidos.
¡Ay! Preciada fortuna
si no existiera la distancia
entre nuestras prisiones
o el veneno de no tenerte
durante las horas vacías
no dormirías en estas noches negras
sin saber cuán grande es la enredadera
que ha crecido en las paredes de mi cuerpo
coronada y florecida con tu nombre.