Sentado, viendo el ocaso, sin ideas,
sin alma, sin sentido, sin alma...
¡Ah, y redundo!, también sin mente.
Sólo escribo palabras maquinales
sin sentido alguno,
sin sentido evidente.
Conmigo está vacía la atalaya.
Cientos, miles de guerreros
amorfos sondean los ángulos
de mi castillo sin estandarte.
¡No os engañeis pensando,
acaso, que nunca túbole!
Razonad primero en que agrede
ha sido removida y quemada,
antes de engañar al enemigo
y hacerle creer que entramos
en batalla.
¡Allá se desarman las ideas
de sus lanzas puntiagudas,
en esa fuente se ahoga
el pensamiento entre las brumas.
El estro corre como loco
de un lado a otro, golpeando
su silueta intangible contra
las paredes del torreón!
Al canto unísono de "¡Muerte, muerte!",
el rey de la poesía se suicida,
¡Numen, príncipe inútil e indefenso!,
escapa mientras puedas destos
simientos, o tu fin será funesto.
Ya ven, pues, el encanto maquinal
de la desesperación, del paroxismo
del terror, de la soledad, del amor.
Ya oculta sus anchos brazos el Sol
y se deja venir sin permiso la noche.
!Qué formas tan atroces se embriagarán
con la sangre del Numen para escribir
como advertencia: aquí murió la poesía,
y cuantos vengan, morirán los poetas!