Aquella hermosa mujer que quiero
es la misma que te ama hoy,
quizás mucho más de lo que la ame yo…;
¡ahora! …, toda tuya es…
Estas en su tierno y delicado corazón,
necesita de tu cariño, igual que de la brisa,
la flor, no le causes sufrimiento ni desilusión;
hazla feliz mientras viva, sin herir ni burlar
sus sentimientos, que nacieron por ti.
Cuídala como si fuera una delicada rosa,
respira su perfume sin deshojar sus pétalos.
No te conozco, pero solo te pido que cuides,
de aquel ángel, que quise cuidar yo.
Su corazón te eligió a ti para hacerla feliz,
en ti depósito su amor y cariño;
habiendo muchos corazones, sedientos de su amor,
brindo la fuente de su amor a tu alma
sedienta; y en ella saciaste tu sed
bebiendo sus claras aguas, -no seas por eso,
como el soplo del invierno, que de las
plantas arranca las hojas, con su furia
maldita…, de aquella flor no arranques sus
hojas, porque le dejarías marchita.
Si alguna vez, gime y solloza, nunca
burles su gemido, nunca mates su
creencia, que siempre por tu amor ha tenido;
quizás te pido que cuides de ella,
por el gran amor que en mi guardo,
cuídala, cual si fuera yo, -¡yo que la amo tanto!-
no conviertas en lodo aquella gota de
agua cristalina, que si ya no calma tu sed,
aquella fuente, habrán otros sedientos,
que de ella necesitan.
Quédate tu con ella. Yo seguiré mi camino
buscando nuevas ilusiones,
que quizás no logré alcanzar;
y aunque en el amor nunca he creído,
muchas veces he vuelto a amar…
y así, yo seré como un sueño sin
mañana ni ayer, mientras tu iras con
ella del brazo para toda la vida, y yo seguiré
solo en cada atardecer.
Y pasaran los años favorables y adversos,
y si alguna vez leyeras lo que escribí,
¡sabrás que lo hice, por ella, y para ti!…