Cada gota de lluvia en la ventana
camuflaba las lágrimas que brotaban
de sus espejos rotos llamados ojos y
que le brotaban del corazón.
Su mente inventaba que llegaba a él,
que rompia las cadenas impuestas
por la envidia, por la ambición y el dolor.
Queria vivir sin miedo.
Pensaba en él con la frecuencia que respiraba;
no había pared que no dibujara los recuerdos;
el reloj que sonaba puntual y que trae a la mente
la hora de dormir: salir de la pesadilla y entrar al sueño.
Su piel que añoraba esas manos acariciantes,
le hacían falta las piernas de su amante,
enlazadas a las suyas bajo el calor;
Abrazados frente con frente, labios contra labios.
Calor y frio en su pecho herido,
mil espadas cruzando por su lengua,
un aliento melancolico que cortaba el aire
y su cama que ya no recordaba el movimiento.
Con un cuchillo en sus manos, temblando y sudando,
la mejor manera de acortar el camino a su amado.
Su madre y su padre arrepentidos de sus actos,
asesinos de su amante herido.
Petalos de rosa inundaban la tina de su alcoba;
rosario en pecho aguardando redención,
una carta misteriosa hundida en el alcohol,
la sirena y su amado nadando bajo el mar del cielo,
sumergidos en su amor.