Fredy Maldonado Cordero

UNA VOZ EN LA CALLE

Mil nostalgias hoy irrumpen en mi alma desconsolada,

evocando la plenitud de los años tallados en mi memoria,

colmados de afanes, ilusiones y sutiles esperanzas,

magnificados con la dulzura infinita de mis alabanzas,

hoy convertidos en simples vestigios de mi propia historia.

 

Fueron sueños construidos en frágiles expectativas de niño,

ilusorias ambiciones por preservar del amor su esplendor

que habría de solidificar de mis años su existencia,

considerando que para el hombre es la mejor herencia,

un regalo a la vida  en su realeza y su inalienable honor.

 

Pero mi alma ha trascendido los umbrales del desprecio,

sometida a la ira, la envidia e inhumana humillación,

aunque clamo al cielo por dulzura y fortaleza sin medida,

que con alas amorosas me lleve a la gloria pretendida,

y me proteja como la madre al hijo, aún en perdición.

 

Siempre soñé con un mundo pletórico de actitudes de amor,

en donde advertir la vida fuese también compartir la muerte,

por inducción de la naturaleza y no de la mala suerte,

estableciendo la feliz existencia sin un mínimo de dolor.

para ofrendarle al destino un espíritu genuino y fuerte.

 

A veces delibero en la íntima incertidumbre de mi pensar,

¿cuál ha sido el pecado que hoy ostenta tan alto precio?,

¿acaso no es el amor la virtud que sustenta al humano?,

¿por qué entonces se motiva ansiosamente el desprecio?,

¿por qué osan mentirme cuando me llaman hermano?

 

Cierto es que he nacido sin ventura y poca estima,

puesto que nunca concebí llegar a vivir en la calle,

la pobreza, la ingratitud y la injusta actitud social,

enemigos infranqueables que a mi alma solitaria lastiman,

y que al mundo desvirtúan en su fundamento moral.

 

Fácil me condenan porque no visto con elegancia,

porque mi mirada pareciese el atisbo de un criminal,

porque de mi piel no surge ninguna agradable fragancia

de perfume de la India, de Inglaterra o de la misma Francia,

más que puedo hacer, si vivo como vive cualquier animal.

 

Qué digo... Hay animales, si, con mayores privilegios,

que se atragantan en la abundancia de sus manjares,

que se ufanan de pertenecer a los mejores colegios,

que han construido a los pies del dinero sus altares,

y hasta el derroche se corrompen en los peores bares.

 

Seres incapaces de doblegar la falsedad de su orgullo,

que pretenden establecerse en lo fútil de la riqueza,

aunque por dentro resuene en un escondido murmullo,

un disimulado y acentuado temor a la cruel pobreza,

pero aún así no ceden al amor, como humana grandeza.

 

Muchas faenas he soportando en la dureza de la miseria,

viendo pasar el mundo como pasa el abstracto viento,

siendo testigo de la falsa sonrisa o la incomprensible histeria,

de la gente que teniéndolo todo en su deleble existencia,

no es feliz porque adolece de Dios en su cercana presencia.

 

No importa que mis lágrimas se diluyan en las horas del olvido,

ni que mis palabras no se perciban como sabia expresión,

aún así soy un hijo de la calle abundantemente bendecido,

con una historia de prodigio a pesar de ser un desconocido,

en este mundo que me ignora y me repudia sin razón.

 

Es mi madre la más incierta pero a la vez la más segura,

es la calle taciturna que no reprende ni lastima a mi corazón,

el valor para sobrevivir las circunstancias ha sido como mi  padre,

por el que he sabido cobijarme en el silencio y sin alarde,

porque no he sido sino un hijo humilde por mi condición.

 

Por mi cuenta he sabido descubrir el mejor supermercado,

para saciar el hambre que abrupto llega sin cesar,

el basurero que plagado de deshechos e inmundicia,

me ofrece lo que quiera sin condiciones y sin malicia,

y más aún, tomo todo sin por ello tener nada que pagar.

 

Cuántos se han preguntado siquiera alguna vez,

qué es lo que siento, lo que pienso y sueño alcanzar,

no es posible que siendo humano siempre viva al azar,

aventurado a una vida que se traduce totalmente al revés,

en un mundo donde amar será siempre un incierto talvez..

 

Lloro en silencio soportando el hambre y el desprecio,

esa es, mi querido amigo, mi vida y mi ingrata realidad,

si tan solo tú me ofrecieras tu sincero aprecio,

una sonrisa,  una mirada y un reconfortante beso,

bastaría para renovar mis esperanzas en la humanidad.

 

Por hoy me despido con la firme ilusión perecedera,

de que en el mundo ya no haya, por favor, más miseria,

en honor de aquel de quien orgullosamente llevo el nombre,

y que despreciado y martirizado fue humillado en la cruz

al que dice usted amar y que vivamente le llama Jesús.