Ahora ya resulta que mis ojos
lloran de angustia cuando te recuerdo,
que, en cuanto a veces la esperanza pierdo,
otras, me pongo a ponderar enojos:
no tengo el dulce de tus labios rojos
ni con tus poros el menor acuerdo
y a más, pues, pasa que aunque el polvo muerdo
no le traspuse al corazón cerrojos,
no se me dio ni, con los pasos cojos,
fraguar la senda para el desacuerdo
de amor purísimo con desantojos
de amor amado en el que puse, cuerdo,
(dígase así) la inclinación, mis ojos,
y estas palabras con que gano y pierdo.