¿Por qué, Selene, te has cansado de vivir?
Yo contemplaba tu triste mirar
cada noche, e imitaba, para tu agrado,
la parsimonia de tu trasnochado andar.
Con los ojos extraviados al cielo
seguía tus vestidos plateados;
las corrientes caudales del viento
traían el susurro de mi nombre,
y, al sobrevolar las montañas
los corseles dorados de Febo,
escondías presta en el firmamento,
y reías, y llorabas, y me amabas.
¿Cuándo volverás a pasear tu gris
mirada sobre mis oscuros cabellos?
Estuviste conmigo en los momentos
más cruciales de mi soledad,
y compartimos, tú sobre tus palafrenes,
aveces fieros, aveces obedientes;
yo a pié, al margen de tu aura,
el arco de la bóveda celeste
y, de la noche calma, la oscuridad.
¡No tiñas en rojo tu llanto, amada mía,
pues con él me desangras la vida!