El elixir de escarmiento que deslizo por la garganta,
el manzanar de la discordia que se abre en mi mente
y el gerente pitillo que empaña mi ruina.
Le debo más que cualquier sitio en mi corazon,
le debo una catedral de santos, una eximente,
una estatua colgada del panteón más alto,
del más alto de los castillos de arena
creados en mi saca de piedra.
El chirrio guitarrero que emana de mis dedos
penetra en consonancia con mi castigada garganta.
El cielo del salón cubre de telarañas la habitación
desolada de tal manera que don Giovani vuelve de la tumba
para derrocar los sentmientos y acusar al culpable
de más de una fechoría, de escrutar sin debida paciencia,
sin bendita paciencia el amor de tu belleza.
De la frente marchita caen gotas de agua bendita
aterrorizadas se quedan al comprobar la realidad,
el ensueño de barcas se muestra en mi mirada
y la capacidad de controlar se desvanece dando paso
al más terrible de los complejos al más ruin de los sentimientos,
la inseguridad del cordero, de la ninfa violada, del terremoto inofensivo.
A donde vamos a parar
con la espera de la esperanza,
a donde terminamos esta canción
al barrendero que la recoja con más amor
que la siembre en su siembra el agricultor
que la rebañe el carnicero con rostro desolador.
A ti me dirijo y te digo que no quiero continuar con el show
no quiero perseguir recuerdos memorables manipulados,
formados en mi mente con cabezas cortados inventadas.
La guerra está declarada y abro el telón, comienza la función...
A la tierra clamo el amor que a Dios le brinda y a mi me niega
con su cara más tierna, sus ojos de cordero, y su podrido corazón.