Te conocí, te amé, y era un titileo de campanas anunciando un nuevo amanecer donde el sueño del amor se convertiría en ilusión.
Y fue la vida que se manifestaba en cada gesto, en cada palabra en cada noche de entregarnos el alma.
No me importaba la distancia, la imposibilidad de vernos de profundizar en tu mirada, de palpar tus caricias cálidas que en cada entrevista imaginaba mi mente, embelesándome, tanto… tanto.
De pronto empezaron las ausencias, los desconciertos y mi corazón de tanto palpitar sentía un dolor vago y tedioso y cada suspiro era el eco de esas amargas sensaciones, y un constante repetir de vueltas, de partidas que empobrecían mi calma, que envilecían mi desasosiego. Pero aún así, te amaba, desde lo más profundo de mi alma.
Callaba mi amor queriendo gritarlo, callaba mi dolor, queriendo calmarlo. Los ojos, cansados de volverse fuentes de lágrimas vivas, los labios resecos de tanto besar tus olvidos, callaba… callaba.
Amor, amanecer de mi alegría, atardecer de mis lamentos, amor atardecer de mi alegría. Pero que persistes en mi melancolía.
Amor, lejano susurrar de tristes melodías que hicieron eco
en mis angustias de no tenerte. Amor, que me regalas tus silencios.
Que con mis silencios son un abismo donde se pierden tu alma y la mía.
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No sé qué extraño vínculo nos une, no sé, pero estas en mi tiempo y yo en tus precarios sentimientos. Y somos dos tormentos, y somos dos ausencias, que se profundizan en los días que no nos tenemos y que sin embargo nos tenemos.
Yo te tengo a ti, lo sé, así lo siento, como quiera que sea, con tu presencia muda, con tu presencia inanimada, pero te tengo.
Tú me tienes a mí, y me refugio en la ternura que sabes darme cuando más la necesito. Tú me tienes a mí, y soy tu tiempo, soy
Quien te ama pese a todo, a todo sufrimiento.