Me dijo cierta vez un jefe, que por su jerarquía había sido trasladado muchísimas veces en su carrera laboral, relacionada a la explotación petrolífera: "El lugar en donde vives, debe ser para vos el mejor sitio de la tierra, aunque no fuese tu lugar natal"
El azul 503 deposita una vieja vida traspirada,
un estudiante con su lozanía, un mohín sin rayas ni uniforme
y torna la pareja con su beso bajo el sol que entibia el mediodía.
Con claridad de otoño las sierras se levantan
mostrando sus manchones de amarillas retamas
y pinares siempre verdes en marrones rocosos.
De la rama del árbol innominado, pende la inflada cola del gato
y, abajo, la paciente espera del perro duerme prematura siesta.
Está despierta mi ciudad, de eso no hay dudas,
se nota en la algarabía de guardapolvos blancos,
en el “ring-raje” a los timbres, habituados
a las cómplices risas de bandidos.
Se nota en el transitar del hombre sudoroso
con ajada vestimenta y gorrito con pompón de lana,
que aferra con callosas manos la herramienta de sus días.
Y en el baldío de enfrente los cachetes colorados
van detrás de una pelota que se acerca, peligrosa,
al arco que han demarcado con “suéter multicolore”.
Se nota en el aroma de almuerzos vocingleros,
hay ruido de utensilios y de voces juveniles,
asienten todas las rosas a pedido de la brisa
y apura el caracol su cruce por el sendero.
Las chimeneas fuman leños de nostalgia
y dibujan contra el cielo calandrias y zorzales,
buscando en el ramaje los trinos extraviados
(una queja de bandoneón vuela a su encuentro).
Una poesía ocre escapa de mis manos
y termina en remolino
bailando en la vereda.
Busco esa sonrisa que guardara en el bolsillo
y la acerco hasta mis besos, al tiempo que una nube pinta un óleo en claroscuro.
Derechos reservados por Ruben Maldonado
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