Me olía el viento a ese hombre
descansando en el arado,
al cigarro de su boca
y a los callos de sus manos.
Me olía el viento a cosecha,
a matanza y a erales
pastando bajo la sombra
de los verdes olivares.
Me olía el viento a la sal
que sudaban nuestros mares
y a las redes que tejieron
pescadores temporales.
A cordero y a manteca,
a buena leche y buen vino;
me trajo aromas el viento
evocando al peregrino...
Hoy, el viento huele a humo
endureciendo los caminos
de esta España que hoy se quiebra
por un puñado de sitios
Por esta “mi piel de toro”
que está perdiendo bravío;
huelo el viento y ya me quema
tanta llama en desatino.
Hoy los aires de esta tierra
-un viento triste, me dijo-
están perdiendo su aroma
de tanto arder su equilibrio.
No huelo el viento y me duele
por abuelos, padres, hijos
que no tendrán un mañana
con paisajes variopintos.