Fue la saetera
más ingenua que conocí:
una vez en mano la presa,
limpia los dardo ensangrentados
y deja en el piso su botín.
¡Ah! Que iluso resulté;
sin querer serlo,
con flores y buen acento,
me convertí en víctima
de su despiadado juego.
¡Ay! Que tonto fui
al entregarle mis libros,
sin ojos de mendigo,
al más avaro de la orbe
que se vestía de pobre.
Disfracé su vicio
con hermosas virtudes:
cuando miró otra estrella,
más clara y más bella,
golpeó con furia mi pecho
y me regaló un espejo
para que mi rostro contemplara.
Sí, fue la saetera
más ingenua que conocí.
Rodrigo Eugui Ferrari
Uruguay