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Ya marchó el pan que fue trigo


Desde su hogar, que es tierra
colorida por manto de cultivo,
los girasoles cabizbajos
escuchan el cimbreo de lamentos,
cuales recorren plañendo
el adoquín de plazas
adornadas con geranios y claveles
y las callejas empinadas
del recién encalado
vetusto pueblo.


La tristeza dobla sus troncos,
destrona su embrujo hecho muecas,
¿Será girasol, que rehuyes la visita,
recibir el vigor de los latidos
cobrizos e intensos del sol?
juntos se encorvan ante tal partida,
al sentir la herrumbre polvorienta,
que implanta impronta con huella
y desata el sufrir con dolor.


Hasta el arroyo rehusa su ronroneo,
hasta el manantial olvida su recorrido,
los cipreses se agachan, se marchitan,
y los robles aquellos,
con que compartiste descanso,
hoy, en esta hora,
agarran el bastón
porque de repente
se vuelven todavía más viejos.

Mi pesar es contundente pesar
y por ello es peso,
le pesa hasta a las nubes,
la lluvia es lánguida, cae mustia,
el musgo todo se reseca
y de marrón se cubre el verde
al arremeter sobre la hierba tu falta,
el acento de la angustia
cual nunca suele ser ligera.


¡Nada comprendo!...poco espero;
apresado en el pesar,
que dobla su peso
al ser pesar de sangre
y relentiza el temple
hasta del campaneo,
con el cual a expensas
de quererlo converso
mientras forcejeo
con el duro hielo
en el que habita
un infortunio forjado
con acero en puño,
con desasosiego.


Veo (dolorido) infiltarse
en la piel y sus huecos
al sarcófago que viaja
traspasando cuadraturas
hechas en y por el tiempo,
a una marcha, otrora de compañía,
que dio gritos, penas y alegrías,
y se escapa en este instante
más allá de mar adentro.


¡Y ante esto! oso enfrentarme,
levanto pensamiento y voz en armas,
para lograr desenmascarar
las penetrantes y solitarias
garras de un felino llamado miedo.
Avisto y destiendo la calima,
que arreciando en mi
cubrió sin compasión
mi alma y mi pecho.


Aún siendo así...
se prodigan lágrimas descuartizadas
por una angustia que corroe,
por el desespero que no ceja
de invadir este momento
de arduo dolor y suma queja
y que cubre con pesadumbre
otros pasares que fueron
de dicha en flor, un portento.


¡Aquí yace el infante,
es su luto prematuro,
sus largas pestañas cobijan
traspasando sueño profundo
y sacuden las motas de polvo,
que como sábanas de seda
cubrían alternos mundos.


Ya sonríen los ángeles protectores,
ellos le dan sus llaves celestiales,
él les devuelve sus hábitos terrenales
y revolotea con ruiseñores cantores.


Ya dejó tareas en el campo,
amasar la harina, hornear el pan
y mullir la leche de sus vacas,
también quedó en pasado
paladear el sabor del queso,
ya olvidó ilusorios amores,
caprichosos antojos y anhelos.

318-omu G.S. (bcn-2011)