Ayer, rescaté un pedazo de mi alma, al voltear las páginas del libro que pernocta, solitario e indeciso, en la alforja que llevo a mis espaldas. Te entrego este pedazo de mi esencia. Acógelo en tu cayado, Peregrino, y enséñale tan insigne Camino, hecho a golpe de Esperanza en sus piedras. Cuando encuentres a Dios en algún río, reflejado en el fondo de sus aguas, pregúntale si aún admite un alma que duda ante el agravio y desatino de un mundo, ya pendiente hoy de un hilo, en constante peligro por las balas y la muerte sin tino ni balanza, que la haga sopesar tanto descuido. Pregúntale por qué se lleva ánimas sin rozar, tan siquiera, su destino. Pregúntale por dónde andan los filos que aguzan los retazos de esperanza. Ya sé que te dirá que vuelan solas. Que el hombre se hace, a veces, forajido. Que Él no roba la paz de los vestidos ni borda la injusticia en sus enaguas. Sé también que te dirá que Él no carga el desagravio en manos homicidas. Ni creó los cirios que iluminan a esos dioses plenos de venganza. Mas, dile, Peregrino, que hace meses siento en el corazón como un terruño, me vence la razón por tanto infundio, por tanta hostilidad y tanta muerte. Dile que aún le busco inmensamente, queriéndole encontrar en los vacíos que surgen entre el polvo oscurecido que ha dejado una bomba en los andenes. Y dile que le añoro cuando veo llorar a un niño asido a los harapos de una madre muerta en malos tratos, por un hombre lisiado por los celos... Por mi nombre, te juro que le busco, al franquear las puertas del barranco que nos demuestra el hambre y el escarnio en ese arrinconado Tercer Mundo. Dudar de Él... Sé que es poco humano. Él viaja enclaustrado en mi conciencia, aunque, a veces, tiendo por la apuesta de no saber la extensión de sus manos. Delirante despertar sueña mi alma. Limpio en guerras, en afanes y en odios. Limpio en sangres, sin motivos ni rescoldos. Sin ápices de pólvora en las armas. Por esto, yo te ruego, Peregrino, que al rozarte el costado de sus faldas, de tu cayado separes este alma y así el mensaje vuele a su destino. No te olvides, amigo, de decirle que nunca dejaré de ser cristiana. Que le percibo en mis ruegos y gracias... Y.. Que aún le sigo debiendo mis raíces.