¡Vamos, mi niño, despierta
que la escuela te espera, que es hoy tu primer día de esta bonita experiencia! Retoza el niño en su cama, esbozando su pereza, mientras la madre con besos y caricias le despeja de sus sueños con piratas, corceles o brujas feas, como él así las llama cuando entre noche despierta sollozando porque vienen a robarle a su princesa. Mamita… dice despacio mientras la mira asustado, ¿Me dejarás allí solito… Mamita ¿Y si tengo frío, … ¿Y si me hago pipí, mamita… ¿Y si tengo sed, qué digo… No te apures, mi cielo, que te dejo en buenas manos, y si algo necesitas, pídeselo con agrado, que ellos serán tus guías en los próximos años. Agarradito a la madre, calle arriba y despacito, camina el niño asustado con indecisos pasitos. En la otra mano el cabá, donde guarda un revoltijo entre canicas y cromos, un plumier, su bocadillo, un cuaderno de vocales, otro cuaderno vacío y un catón, ya muy usado por el mayor de sus primos... Al final de la avenida se divisa el edificio y, a dos metros de la puerta, la madre con mucho mimo le ata bien los cordones, le atusa bien el flequillo, le vuelve a abrochar el babi, y le da su pañuelito. En el patio de la escuela, entre alborozo y bullicio, los antiguos hacen corros contándose el largo estío, mientras, pasan las madres con alumnos primerizos… Las madres besan las frentes a sus pequeños chiquillos. Y es ahora cuando ellas, con sus pañuelos de hilo, se enjugan unas lágrimas con total disimulo; cuando las tiembla la voz al despedir a sus niños. Al sonar de la campana se deshacen los corrillos y uno a uno van pasando bajo el pórtico antiguo de la muy vetusta escuela, de un pueblecito querido. De pie, frente a la puerta, sonrisa afable y firme brío, un año más, el MAESTRO. Recibiendo a sus pupilos. El silencio va ganando poco a poco al griterío. Sonríe feliz el MAESTRO…
Ha empezado un nuevo curso.