Sin miradas cruzadas,
sólo la mía que te buscaba.
En una tristeza nocturna
acaricié tu piel con mi pluma.
Besé tus labios tiernos
mientras escribía este verso.
¡Ay! Insípida era la saliva
que de ti apetecía.
En un momento de deleite,
placer que abrazó mi mente,
sentí tu voz llamarme
y esa frescura en el aire.
Miré el cielo sidéreo
mas no encontré tu reflejo;
¡miré, por Dios, la oscuridad infinita!
...y sentí frío en mi mejilla.
Y comprendí la fantasía
que en mi espíritu latía.
Y suspiré al viento:
“Sin miradas cruzadas,
sólo la mía que te buscaba.”
Rodrigo Eugui Ferrari
Uruguay