Calló el mester de clerecía, dando su espacio
a la palabra fiera,
enemiga de injusticias, robos y maltratos
que corren por la tierra.
Ya no es el verso pulido, suave y rebuscado
que habla en forma tierna.
Se ha desvestido, como se desvisten los labios
y el alma de un profeta.
Ahora, un nuevo mester de pasión ha llegado,
para tocar conciencias
con su verso fiero, dulce y solidario
por dentro y por fuera
rompiendo la esclerosis que ata al pasado
perpetuando sus huellas,
revolviendo los órganos en su fuego amargo
para que se embeban
fémures, costillas, ojos, orejas y labios
de la justicia tierna,
reloj que despierta los sueños adormilados
y que raja conciencias
muy encallecidas con la fuerza del desgano
y con palabras muertas,
surgidas de la religión que roba zapatos
como quebrar las vértebras.
El mester quiso tomar el sabor acerado
y dulce del profeta,
hundido en las raíces del árbol extasiado
de la justicia tierna;
soñadora de ojos que se ven como hermanos
unidos en la guerra
trayendo, con sus palabras y hechos en lo diario
su amor puro en la tierra.
Y cuando el tiempo por fin haya culminado
y se acaben las eras,
los órganos beberán un suave y dulce canto
que apagará las guerras,
fusilará a la religión por asesinato
y por infamias negras,
al robar los sueños y esperanzas solidarios
trayendo las tristezas
que rompieron en apocalipsis angustiado
el amor en la tierra.
¡Qué gozo llenará a todos los miles de cántaros
que habiten en la tierra!
¡Qué entierro más alegre y por miles esperado
de la religión negra!
¡Es como que si se hubiesen por fin reinventado
los cielos y la tierra!
Ya las vértebras no serán inútiles cantos
ni alabanzas huecas:
serán el motor de los hombres, que caminando,
dejarán otras huellas,
apasionados por un antiguo y dulce canto
que vino a la tierra
de verso dúctil, oráculo que ha dejado
el mester de un profeta.