Su cara estaba pálida, se veía tan pura,
eran tristes momentos lo que su alma vivía,
él guardaba silencio respirando dulzura
escondiendo en el pecho su terrible agonía.
Su cuerpo reposa inerte en aquel lecho
quizás aún recuerde sus noches de pasión,
con ansias junta él sus manos sobre el pecho…
queriendo conseguir alguna sensación.
pero su frágil mente la esconde muy sutil
no quiere doblegarse al irremediable adiós,
y en un largo viaje sobre un delgado mástil
se irá en un viejo barco tripulado por Dios.
Quise abrazar su cuerpo pero ya estaba yerto
le busqué su mirada pero ya no había vida,
y tuve que aceptar que ya tú estabas muerto...
deje correr mi llanto… ¡No tenía otra salida!
Han pasado los años y su risa aún perdura
igual como recuerdo las noches de placer,
pero hoy he venido a ver su sepultura
y a llorar sobre ella con todito mi ser.
Quizás yo con el tiempo, mi amor de con exceso
y los amantes de turno tal vez me calmarán,
pero ni mil caricias se acercarán a un beso
de aquellos labios tuyos que jamás volverán.
Hoy retorno afligida a este lugar eterno
para mirar su tumba en plena desnudez,
siento la brisa fría de este gélido invierno
y quisiera abrazarte y darte calidez.
Yo arrastraré por siempre mi dolor al ocaso
hasta que nos unamos allá en la eternidad,
para siempre estar juntos, y unidos brazo a brazo,
recorriendo el camino a la perpetuidad.
María B Núñez
Huellas del Camino