Más allá de la sierra vive Don Octavio Espanta Todo, en un pueblo ribereño; es un rico ricachón más seco que las hojas secas de laurel cuando crujen en la mano.
Era tan avaro que hasta la piel se le encorvaba; …hasta el mismo miedo le tenía frío y no se le acercaba; los pajaros se asustaban cuando estában cerca de él; salian volando cuando veían su sombra perfilarse en la puerta de la casa;…la casa estaba tan desvencijada que parecía un ruina.
El viejo desde luego parentaba no tener riquezas; vestía de harapos todo el año y un saco viejo que en encontró en el desván de su casa. Tal vez las ropa perteneció a su abuelo, a su bisabuelo o algún otro de sus antepasados.
Ahora vive solo; es viudo. Su pobre mujer Doña Constancia que en paz descanse murió de inanición en ese mismo desván; cerró los ojos la señora para no volver a despertar; ...con una leve sonrisa dibujada en los labios vio su fin.
Don Octavio no se mostró alterado ni vertió una sola lágrima para ella; para él su señora ahora era una boca menos que alimentar; … y bien sabía que ella había muerto de hambre. Doña Constancia era santa mujer; era dulce y generosa, y por su cariño todos la querían. Nunca se quejo de nadie, amaba a su marido y oraba por él. En otros tiempo fueron muy felices pero todo cambió.
Don Octavio se volvió rencoroso, andaba de mal humor; nada le satisfacía y lo peor de todo era muy avaro. La pobre mujer nunca tenía una pesetilla adicional para dar a los pobres.
Pensar en un entierro ¡ni de chiste! con todo lo que cuesta; la mejor solución y más rápida pensó Octavio era incinerarla en el fondo del jardín.
Calculó más o menos el tiempo que le tomaría preparar el lugar y avisó al cura y a pocos de sus vecinos para que acudieran a la hora de la ceremonia. Pensó que unas oraciones no vendrían mal ya que su mujer era muy creyente y con eso igual causaría buena impresión.
Pues plan en marcha juntó hojas secas y las amontonó en forma de lecho; hecha la cama mortuoria en el jardín, subió al desván y le puso su vestido de novia a la difunta que tenia bien guardado en un baúl; le peinó sus escasos pelos , le puso un moño y le pintó sus labios con la notable suavidad con que lo hacía recordando buenos tiempos.
El momento llegó para llevarla al jardín, la alzó sin esfuerzo - estaba ligerita como una pluma; la posó en el lecho de hojas secas y en la mano le enredó el rosario; en la cabecera del lecho le puso una cruz de madera que había preparado con anticipación.
Llegando el cura y unos parroquianos con platos de comida y bebidas, las depositaron en un banco. Ésta fue la primera incineración que se realizaba en la parroquia; había sido toda una novedad para todos y aunque incinerar no iba de la mano con sus creencias, no hubo ningún comentario por respeto a la señora.
Octavio enciendió la hoguera, el cura murmuró las oraciones seguido por los parroquianos. El fuego crepitana y las chispas doradas de la llamas subian al cielo alumbrando el lugar.
Sirvieron las bebidas y con lágrimas en los ojos, levantaron las copas para brindando por el alma de la señora para que descansara en paz.
Se oyeron entonces carcajadas, unas mujeres gritaban señalaban la parte más elevada de un ciprés. Allí en medio de las llamas, se miraba una cara que reía a carcajadas diciendo que era la señora que por fin se liberaba del tirano que la había enjaulado.
Don Octavio también vió la escena y por primera vez tuvo miedo; empezó a tiritar y tuvieron que llevarlo a la cama.
Durante varios días estuvo postrado con fiebre, entre delirios y alucinaciones; todo su cuerpo tiritaba de frío. Una vieja vecina le velaba, le cubría el cuerpo desnudo con toallas húmedas que le cambiaba con frecuencia. La pobre mujer le tenía lástima; para ella era como uno de tantos gatos o otros animales heridos que recogía.
Mientras deliraba Don.Octavio tuvo un sueño donde vio desfilar su vida, su familia. Aquella su madre dulce y buena que le cubría de besos ; su padre que fue severo se veía con la cara alargada y que nunca sonreía, ni palabra agradable tenía. Un beso ni pensarlo, una pese-tilla, un juguete nada de eso, era la avaricia personificada.
En sueños vió como su madre sufría y odiaba a su padre por eso.
De pronto se cambiaron las caras; ahora la historia se repitió con su mujer se dijo.
¡Madre mía! –gritó Don Octavio - ¡ que hice!, cuanto sufrimiento causé; asomanban sus lágrimas; lloraba y lloraba una y otra vez. La lluvia de sudor mojaba su lecho; tiritaba tanto que hacía crujir los muelles oxidados de la cama. La vecina que se había quedado dormida en la silla; , abrió los ojos y gritó ¡valga-me Dios grita, gracias, gracias Señor por escuchar mis oraciones!.
Todo cambió desde aquel día, no hubo tiempo por perder; hubo mucho que hacer. Tan pronto Don Octavio se recuperó, contrato un albañil que le hizo una lápida a doña Constancia; después contrató un jardinero que adornó el nicho y puso además un estanque de peces de colores y plantas acuáticas.
Varios obreros hicieron arreglos a la escuela, a la iglesia, pintaron las fachadas del ayuntamiento y arreglaban la casa.
Ahora la casa se encuentra abierta para todos; en el jardín se oyen los trinos de las aves;… las risas de los niños ahora acompañan al abuelo Octavio; ....ahora vemos un generoso abuelo que les tiene juguetes, cuento y cálidos abrazos..
Merche demBar
28.5.11
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