Al día siguiente amanece igual,
siguen las nubes, o el sol,
la gente se afana en el trabajo,
siguen con su vida cotidiana.
Al día siguiente la vida no se ha parado,
ni la tierra, todo es idéntico a sí mismo.
Menos que es el día siguiente.
Y ya nada será nunca igual.
Al día siguiente se quieren volver a hacer
todas las promesas que no se cumplieron,
retomar todos los viejos proyectos
abandonados en el pozo sin fondo de la apatía,
quemados en la infame hoguera de la desilusión.
Al día siguiente se quiere romper con uno mismo,
dejarse lejos, dejarse fuera.
Ser
el que se creía ser,
el que se esperaba ser,
no ese remedo tembloroso
de dudas y desesperanzas.
Al día siguiente uno quiere borrar el día de ayer,
el momento de ayer,
las palabras de ayer.
Pero aunque pudiera, no puede
borrar el ayer,
todos los ayeres,
todos los errores.
Al día siguiente de nada
sirve lamentarse.
Al día siguiente no se puede cambiar
de la noche a la mañana.
Al día siguente yo tengo la culpa,
yo no tengo la culpa,
nadie tiene la culpa.
Al día siguente el teléfono ya no suena
aunque lo mires mil veces,
aunque lo mires cien veces,
aunque lo mires diez veces,
aunque no lo mires.
Al día siguiente todo se desploma,
los últimos vestigios de lo que quedase,
se reescribe la historia, se reinventa.
Nada es ya lo que era.
Solamente es
el día siguiente.