Alcides Caballero

PensamieLos rayos, son de cristal y fuego azul que, al caer en los pedregales explotan en miles de pedacitos; son esos que ves por todas partes en estas noches de tormenta invernal” –decía la indígena que me sostenía en sus brazos cuando era un niño- mas tarde supe que eran luciérnagas.ntos

Los rayos, son de cristal y fuego azul que, al caer en los pedregales explotan en miles de pedacitos; son esos que ves por todas partes en estas noches de tormenta invernal” –decía la indígena que me sostenía en sus brazos cuando era un niño- mas tarde supe que eran luciérnagas.

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            Mientras el celaje se extendía por todo el horizonte tiñendo las nubes lejanas con un rosa pálido que terminaba en un encendido anaranjado, el gris se tornaba azul, y éste, en un turquesa delicioso;  y, como brochazos dibujados con perfecta rectitud, sobre las nubes coloreadas, unos inmensos rayos de sol, blanquecinos que se perdían en el espacio azul. Todo estaba quieto, como si la naturaleza entera le dijese un respetuoso adiós al día; hasta un niño a escasos pasos de su pobre vivienda campesina, con ambas manos en los bolsillos, miraba con extraña seriedad aquel portento de luz y color; su alma, extasiada al máximo con aquella incomparable belleza, le había ordenado quedarse como suspendido, sereno, inmóvil.

            Una suave y fresca ráfaga de brisa le despertó de su ensimismamiento, luego vino aquel suspiro desde las profundidades de su cuerpecito seguido de una tierna sonrisa de satisfacción.

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A veces, cuando se deprime mi ánimo, de algún rincón solitario y enfermo salen volando pausadamente algunas ideas que huelen a tristeza vieja; sin color definido, no emiten más sonido que el lúgubre susurro de sus alas. Como no tienen donde posarse, la pobres,  se dirigen al cielo gris y borrascoso de este día sin el radiante sol de la alegría. Algunas revolotean cerca de mi corazón como queriendo entrar por ahí y anidar en el alma donde guardo los recuerdos hermosos de mis seres amados como tesoros de incalculable valor; entonces, sonrío, porque se que basta una sonrisa para ahuyentarlas.

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Te vi desfallecer, y acercando mis labios a tus pétalos, te di un beso, dejando en él, mi esencia para que tu belleza no se marchitara; y, al separarme, percibí tu suspiro perfumado de gratitud inundando por completo mi ser, luego me fui por los caminos, pensando que algún día te volvería a ver y besar; pero, al regresar un tiempo después, solo vi sobre la tierra, uno de tus pétalos, reseco ya, sin color; y, en el viento, jugueteando con el sol, la ceniza de tu recuerdo…

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Cuando  era un niño, mis noches se poblaban de horrendas imágenes y despertaba llorando, aterrorizado. Mi padre, apretaba contra su pecho mi cabeza  en un abrazo que jamás he podido olvidar. “No se asuste, hijo, es un sueño nada mas, estoy contigo...” -me decía-.

Hoy, en mi orfandad, cuando la pesadilla de la vida se sucede segundo a segundo y la sombra de la muerte se perfila por doquier, sin tener mas, extraigo con mano segura el recuerdo de aquellas palabras: “No se asuste, hijo, es un sueño nada mas, estoy contigo”; y sigo mi camino…

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Una luminosa tarde de verano, bajo la sombra de un frondoso árbol, me dijiste con ternura: “Te quiero”. Después, una luna esplendorosa te conmovió el corazón y de nuevo, “Te quiero”; luego, frente al mar, después, cuando éramos uno en aquellos amaneceres.

            Pasaron los años y una noche, viendo la lluvia caer incesante, cuando la espuma del tiempo había cubierto mi cabeza, yendo tras de una lágrima solitaria, en un tenue gemido te dije: “Te quiero”.

 

Pero tú, ya no estabas…

 

 

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