Un bandido llegó un dia a un convento
(o un conventillo)
y la monja superiora fue a encararlo.
El bandido
que era un pobre inocente
(como yo)
quedóse subyugado por sus dotes tan hermosas.
(Indecorosa)
La monja
le asomó su pantorrila
y le mostró una fea herida
que según ella
le infirió un forajido
recientemente.
El delincuente
completamente arrepentido
por cuenta de toda su ralea
se sacó y le regaló una correa
(su cinturón)
y le dijo
que por favor lo castigara.
La monja guarra
al ver tamaña cosa
que insinuaba su jubón
ya desvestida
le contestó que ese ultraje
sería condonado
Si el se confesara
de todos sus pecados
y estando ya arrepentido
le diera latigazos
con tal pedazo
hasta dejarla sin sentido.
El bandido
que con todos sus descaros no podía
vivir con su conciencia tranquilita
se confesó con la monjita
Y le dió tal chicotazo
que se escuchó en todo el claustro.
Por eso ahora es el prior
y la monja superiora
permanece encerrada en su cuarto.
Cuentan
que el a veces la visita
para la mostrarle la cosita
que a ella la hace ver
de cerquita las estrellas
convirtiéndola en doncella indecente
y al mismo tiempo
todos sus pecados de placer
le son muy justamente perdonados
por ser clemente.
Luego
el prior vuelve a su lecho
a buscar en Dios consuelo
esperando que el cielo
lo acoja un dia en su vientre.