Arturo Villada Vidal

Lapiz De Cristal (Cuento)

Fue una mañana lluviosa y típica en el colegio. Estábamos hablando y bromeando un poco en el salón mientras esperábamos la llegada del nuevo profesor, nos imaginábamos un venerable anciano de gafas como telescopios, de traje impecable, casi inexpresivo y poco conversador o muy conservador, idéntico al profesor que venia a reemplazar que se había jubilado ya hace 2 meses.

 

Ya había pasado casi media hora de espera, los papeles iban y venían y las niñas solo se quejaban de nuestras risas estridentes y los zapatos que caían encima de sus estuches de maquillaje y sus cuadernos tan limpios. Ya la curiosidad de ver al nuevo profesor y burlarnos a sus espaldas se había transformado en unas ganas locas de jugar y no abrir un cuaderno ni sentarnos juiciosos. Solo queríamos que llegara el descanso.

 

Hubo un momento en que mi maletín voló hasta la puerta del salón, cuando llegué a recogerlo vi una sombra alta parada justo frente a mí, me fui para mi pupitre y me senté esperando a ver quien era, y mientras esa gran gabardina y ese sombrero empapados recorrían el trayecto de la puerta al escritorio el silencio fue invadiendo el salón. Cuando llego a su lugar se quito la gabardina y el sombrero y para nuestra gran sorpresa no fue el anciano cabeza de algodón que imaginábamos momentos antes. Debajo de esa ropa mojada se escondía un cabello negro un poco ondulado, largo hasta la mitad de la espalda, un vestido blanco como una nube, unos ojos verdes grandes muy llamativos, y una sonrisa y un rostro perfectamente armónicos.

 

Fue una gran sorpresa para nosotros porque nunca habíamos tenido una profesora, y porque además era muy bonita. En medio del silencio, y de las caras de imbéciles que teníamos todos, ella tomo el marcador y escribió su nombre en el tablero: Paloma. Nos dijo que solo escribió el nombre porque no quería que la llamáramos por el apellido, que llamarse por el apellido era de militares. Todos escuchábamos sus palabras y su voz con mucho cuidado, hasta las niñas estaban idiotizadas, creo que no habían visto una mujer tan bella y tan libre nunca en sus vidas.

 

Cuando empezó con la clase la sorpresa fue más grande aun, esta mujer traía consigo una alegría extraña. No escribió nada en el tablero, solo hablaba, y nos contaba de sus viajes por el mundo, que mezclaba con los temas de la clase, y también mezclaba temas de otras clases, hablaba de números y esdrújulas, de viejos próceres y de las costumbres en los pequeños pueblos. Se le notaba que lo que hacia lo hacia con pasión, como si esa primera clase fuera la ultima de su vida. Nos hablaba de cosas que nos parecían increíbles, de guerras interminables y de hombres que soñaban y pensaban en un mundo diferente. Se reía espontáneamente y solo un poco mientras nos hablaba, y esas sonrisas nos fueron llenando de una confianza casi desconocida para nosotros.

 

Estábamos totalmente sumergidos en la clase cuando se fue acercando a mi puesto y me pregunto que pensaba de lo que ella decía. Me quede mirándola a sus ojos verdes sin saber que decir porque no estaba acostumbrado a que me preguntaran que pensaba, y menos fuera del momento en que se debían hacer las preguntas, pero no me sentía amenazado ni intimidado por ella, su mirada me hizo sentir muy cómodo, así que respondí a mis anchas. Cuando termine ella me dijo “muy bien”, y me puso en la mano un lápiz pequeño de cristal, me miro y sonrió, hablo un momento más, luego le pregunto a una niña que también respondió lo primero que pensó, la felicitó, y también le regalo un lápiz de cristal. A todos nos dio uno.

 

Desde ese día esa fue la clase mas esperada por todos. Paloma rompía con la costumbre de profesores con perfumes de formol. Ella le daba vida a sus clases, les daba alegría y pasión, y eso nos contagiaba a nosotros. Sus clases eran memorables, no solo por los tintes dramáticos que les daba, si no también por su contenido. Nunca olvidé nada de lo que ella nos enseño, ni nunca la olvidé a ella. Fueron las mejores clases que recibí ese año.

 

Una mañana soleada, una de las últimas, mientras esperábamos los 3 minutos que se demoraba Paloma en llegar al salón yo hablaba con una niña de las cosas que nos contaba ella con su voz de guitarra y sus ojos profundísimos. Habían pasado 20 minutos, y una rara impaciencia nos había asaltado a todos. Momentos después llegó el rector del colegio a darnos la notica de que Paloma había desaparecido el fin de semana pasado mientras estaba de paseo con unos amigos. A todos nos cayó esa noticia como un balde de agua fría. Nunca entendimos que pasó, todo fue muy confuso, parecía que a cada uno se le rompía el lápiz de cristal que Paloma nos había regalado.

 

Solo años después, cuando me encontré con una ex-compañera del colegio, entendimos que fue lo que paso con Paloma: su forma de pensar tan diferente, tan nueva y encantadora parecía ser una amenaza para las buenas costumbres y la moral que nos impartieron desde la cuna. Conversamos un buen rato mientras nos tomamos un café al buen sazón de la nicotina, luego nos despedimos y cada quien siguió su camino. Mientras caminaba pensé mucho en Paloma, y también en los que fuimos sus estudiantes. Pensé en que su sonrisa blanquísima y sus ojos de agua del mar nos habían cambiado la vida por completo.