Si fui simiente arrastrada por el vicio de un aire caprichoso que, antojadizo y por despecho, quiso hacer parada y fonda en un vientre sin voluntad… A qué andáis ahora buscando mis huellas en la vereda del camino, si sobre la tierra que pisaba prisa os disteis en cubrirla de asfalto para borrar mis pasos. Ahora no desgarréis vuestras gargantas, queriendo pronunciar mi nombre. Lo tuve y lo borrasteis a golpes de pronunciarlo a destiempo y mal. Con vosotros estuve sin daros jamás la espalda, pues, ni mi mente ni mi cuerpo se supo nunca girar. Y vosotros, absolutamente impertérritos, con absurdo movimiento al dorso, huíais de mí sin parar. Me fue ajeno el propósito de irme, pero me fui. Me fui muy lejos, a vivir allí abajo… Allí, en el subsuelo… Donde todo es más hondo y los suspiros más largos. Donde el aire escasea oprimiéndote el pecho y las manos agarran vacíos abrazos. Donde el tono y la palabra no alcanzan la medida de la escucha deseada. Donde ni te ves a tí mismo, porque al mirarte danzan mil espejos malditos al compás de tu espalda. Viví… Viví allí abajo en el subsuelo del infierno, braceando en un volcán de inagotable lava. Donde el hambre te mata y el comer te revienta. Donde la luz te ciega y la oscuridad te molesta. Donde el fuego se alimenta de tu propia piel y subsiste de tus propias plaquetas. Donde te duele la voz que ya, muda y queda, socava tu paladar, de tanto y tanto retener gritos de ausencia... Y así, años de silencio -dos largas décadas-. Donde el callar no te alivia y el hablar te arredra. ¿Fijar una fecha?. Quizá, nunca pueda. Tan sólo sé que los vocablos agolpados, fueron escapando lentos de la prisión de mi escafandra y, que en un instante de silencio, oí voces que me alentaban a subir, a salir, aunque fuera arrastras... Y del subsuelo al suelo… ¡Que escalera tan larga, tan pesada y tan vana!. Los peldaños hechos añicos... Uno subes, dos bajas. Mas, "el alguien", no cesa en su grito: ¡O sube de una vez o tírate y fúndete con tu cobarde lava! Y en un hálito de venganza le tiras un pulso a la vida... O tú, o nada. Un segundo indeciso y otro que tu pie aguarda, a la inclinación de tu rodilla hacia el impulso... O la nada. Convertido en vil mosca un demonio te acompaña y en su vuelo acomete con picaduras en el alma que te hacen vacilar, al sujetarte en la baranda. ¡Qué dolor y qué escozor de sus picaduras bravas...! Cerrando tu boca, refuerzas tu garganta escupiéndole en sus alas y, ante tu certero atino, aprovechando ese respiro, subes... Avanzas. Ya tienes un pie en el perfil de tu alma. La luz… La luz del alba. Se aproxima lenta, con parsimoniosa calma. Ciega tus ojos y, al cegarlos, tus párpados reclinas, protegiendo tu retina, y por la leve rendija acunas levemente la luz, adaptando tu mirada... Ya puedes, sólo un impulso más... Avanzas… Avanzas. Una espiga troquelada, con dorado grano, palpas. Es la tierra... Estás viviendo. Acoplándote en tu alma… El demonio-mosca de nuevo ataca. Barrena tus pies, flaqueas. Pero callas. No quieres que nadie note el vacilar de tus palmas. Aprietas los dientes. La saliva tragas y en su tragar, rescoldos corrosivos abrasándote la traquea. Y es que, a su paso han arrasado heridas de tu alma. Un renuevo de suspiro alienta tu garganta y de nuevo… Avanzas. Ya, tus dos manos aprietan tierra de esperanza. Un impulso más y, en tu pecho… Aire limpio. Bajo tus pies… Tierra llana. Me han parido de nuevo… Vientres sin recelos ni venganzas… Y ahora, no existe motivo ni opción sin respuesta, hacia un desvarío inútil que haga que el tiempo; enmarque mi foto asepiada. No hay razón alguna ni buena verdad para excavar en el monte buscando un resto de mis cenizas que, a buen seguro, ni un ápice de su polvo se podría hallar. Ya ha llegado el momento de mi renacimiento postergado y no dudaré, ni un instante, a la hora de anudar fuerte los dos extremos de este nuevo cordón umbilical. Viajaré con mi álbum de fotos y recuerdos. No quiero olvidar. Si así lo hiciera volvería a caer en el abismo. El pasado será mi escudo, mi coraza y el anfitrión al que preguntar cuando surjan nuevas dudas. A la soledad la equiparé con una capa de altos vuelos y dejará de ser… El suplicio que aterrizaba en mi mente.