Nadie. Nadie sabrá nunca quién eres.
Mi boca y mi alma formarán una venda, envolviéndome en ella hasta la muerte. Sin estar, siempre estarás presente en la palabra AMOR de todos los poemas, aunque vuelen los años callados e inertes. Tal vez, algún día, con el pasar del tiempo, abras el libro del que eres protagonista; cayendo de entre sus hojas las rosas marchitas que marcaban las estrofas de los lamentos. Quizá, no recuerdes el sabor de mis besos, a lo mejor, siquiera, cual era mi nombre, pero al limpiar las tapas verás mi firma al borde; trayendo a tu mente un puñado de recuerdos. Y al sentir que aún late mi piel en cada hoja, querrás leer de nuevo aquellos versos que recogían en cada línea, cada beso que mi pluma tejió para tu boca. Y en cada frase que tu nombre evoca, escondido tras la pausa de un “TE QUIERO”, aún hallarás en el principio un deseo y en el final la pasión que lo desborda. Y la alborada en su registro, decorosa, hará nacer en el cielo aquellas huellas, que en tus sienes plateadas como estrellas, bajo tu piel guardabas silenciosas. Y en el acabar de la última estrofa, sentirás en el último verso, presa, mi voz que, aún queriendo volar con las promesas, quedó atrapada en los estambres de las rosas.