I
Todo comenzó ante su ausencia.
La carne: agua inmóvil en regazo de alma,
Presa inocente frente al acecho de la sed insaciable.
La piel intacta, fraguada en el yunque del ímpetu sin brida,
La mente blanquecina: inmensa bóveda de tragaluces diáfanos,
retinas divinas impuestas a los fulgores de verdad primigenia.
La alforja de amor: reloj de cuarzo rojo,
energizado por un hálito explosivo de cosmos.
El pie de árbol de vida hincado en piedra angular de ónice,
Ónice de emociones en tonos brillantes y puros,
La mansa fe virtuosa limpia de quimeras
Alimentada por ubres de esfinge guardián de paz.
Solaz encuentro del ser y la ausencia,
Fusión, génesis, evolución suprema,
Vida en expanciòn…
comienza el fin de la ausencia,
inicia la muerte…
II
Ese inicio de sangre y llanto en mano fría y ajena,
Ese tremor álgido, en un beso, que inicia la decadencia del instinto,
Grillete filial que acalla la rabia preliminar de la vida;
Ese sufrir de verle en luto a la primera bocanada de mundo.
Esa piel en cataclismo incipiente, desmayando su tersura en el aire- luz,
Refugio indisoluble y permanente.
Ese artero regalo de inocencia mancillada por dolor de hambre
Por dolor de sed,
Por dolor de alma contrita en necesidad de amor…
Ese comenzar la ignición de un ser
Que se experimenta, a pesar de sì...