Don Ruperto, cuando se emborrachaba hacía alarde de su valentía, retaba a golpes a cualquiera y mucho más a aquel que le tenía miedo o que trataba de evitar estos espectáculos bochornosos, a veces aprovechándose de su ebriedad abusaba de la confianza basándose en que el sobrio estaría en la obligación de soportar todas sus majaderías.
Una ocasión, en el cumpleaños de un campesino tubo un altercado con otro de su misma condición por cosas sin importancia.
Para no interrumpir la fiesta que hasta esos momentos se desarrollaba con normalidad la gente trató de evitar la pelea, pero era imposible, don Ruperto se enfureció mucho, se despojó del saco, se arrancó la camisa golpeaba la mesa, rompía botellas e insultaba a todos hablando toda clase de lisuras.
Don Rafa, hombre muy respetado en toda la zona conocía a perfección la falsa bravura de este borracho, pues lo observaba detenidamente sin intervenir. Don Ruperto seguía fomentando el desorden, su esposa lo cogía de un brazo tratando de calmarlo; era imposible, él se golpeaba el pecho y gritaba: “¡quiero una cerveza, quiero una cerveza, o si no me mato, me, mato!” y miraba como buscando algo con que hacerlo, la pobre mujer, lloraba desesperadamente.
Don Rafa se levantó de la silla corrió a la cocina y regresó trayendo un cuchillo (la gente quedó atónita ante tal reacción), entregándole le dijo: “mátate, hermano, mátate, agarra este cuchillo y mátate pa comer el mote con dulce en el velorio”.
El borracho no tuvo el valor para recibir el cuchillo y cobardemente se puso a llorar amargamente.
Don Rafa dijo con tono burlón: “guarden el cuchillo, éste no sianimau, pa otra vez será pue”, y soltó una carcajada.