¡Qué bellas son! ¡Qué sublimes, dulces y risueñas!
Danzan y alegres saltan como ñiños mis dueñas.
Yo las contemplo y admiro silenciosamente,
robadas mis ideas, perdidas en mi mente.
Bailan al sonar de la sinfonía silvestre,
besando sus piecitos el fértil pie terrestre.
Extraviado por tan apasionante visión,
levanto de mi sitio perdido en pasión.
Acerco lentamente con pasos acobardados
callando mi atrevida empresa a los sonidos.
¡Qué triste! ¡Qué amargo! ¡Cuán ambicioso he sido!
Lo divino y deseado, ¡cuán rápido se es ido!