Qué diera hoy, por caminar
sobre las huellas que ayer marqué
y poder el tiempo recuperar...
el tiempo que no vuelve más,
el tiempo que ayer perdí...
cuando te hice llorar.
Qué diera yo,
por poderlo desandar,
por poderlo rescatar,
si tan sólo pudiera gritar
y sacar del pecho el lamento
y clamar a los cuatro vientos
lo mucho que te quise amar.
Pero fue mi maldito orgullo,
también mi vanidad,
que doblegarme no pude
y mostrarte mi humildad.
Estoy pagando esta culpa,
la pago con soledad,
porque al pasar el tiempo
nunca te pude olvidar.
Las horas seguían corriendo,
el reloj nunca paró
y tú, seguías metido
dentro del corazón.
Los años me están pesando,
mis sienes se están blanqueando
y del dolor, tengo huellas,
bien marcadas en mi frente.
Me estoy haciendo longeva,
sola y sin ilusión,
llevando en mi conciencia
un pecado de amor...
porque mucho pude amarte
y mi orgullo no dejó.
Hoy te veo vencido...
igual a un tronco carcomido,
solitario, sin consuelo,
con un espíritu envilecido.
Con la mirada baja...
¡cómo quien busca en el suelo,
unos pasos, que se han perdido!
Por este pecado merezco
una condena ejemplar,
encerrada en una celda
y así, nunca poder mirar...
pasar por aquella calle,
al que me quiso de verdad.
¡Aquél... qué me dió su amor!
y tampoco me pudo olvidar.
Felina.