Vengo ante ti, cansada, triste y humillada.
La maldad de mi corazón me ha ahogado
no encuentro felicidad, ni paz, ni nada;
en agonía me encontraba…
Cuando entre tus brazos me has tomado.
Me amaste siempre, ¡Pero no a mi pecado!
Llamaste a mi puerta.
Yo no respondí a tu llamado;
preferí servir al mundo vano y desquiciado.
Y aún así con tu santo amor,
no dejaste mi Señor, de extender tu santa mano.
Mis pecados me envolvían cada vez más,
más ataduras y vendas colocaba Satanás.
Las mentiras eran mi pan de cada día,
en mí no había paz, me sentía sola y vacía.
Pero tus bondadosas manos tocaron mi alma
sentí tanta dicha, tanto amor. ¡Tanta calma!
Me viste de nuevo y creíste en mí,
sembrando la semilla para que yo crea en ti.
Tus Manos tomaron mis manos
tus Divinos ojos restauraron mi espíritu
quiero alabarte por siempre y no apartarme de ti
sé que no será fácil, pero si voy Contigo…
¿Quién contra mí? ¡Qué mi boca cante tu grandeza!