Extraño el lienzo, aquel, que
erguida reflejaba tu figura;
el mismo que, al llover,
dejaba tu cuerpo al
descubierto, cuan óptica
ilusión inadvertida, el que,
al salir el sol, volvía a
recuperar lo ya perdido
como el cielo su brillo.
Extraño el esplendor de tu
fija mirada que el lienzo
nunca pudo retener; tus ojos
se escapaban, dejaban sólo
un cuerpo de mujer y, entre
lluvias y soles, el paño,
carcomido por el tiempo,
lloraba desgarrado de dolor.
¿A quién se ha de extrañar?
¿Al lienzo? que mostraba tu
figura, o ¿a ti? que te dejaba
contemplar.
PABEDIZ…