Las palabras que digo
no son mías;
son ellos,
quienes fueron pintando sobre el mapa los ríos del idioma,
los eladios, deoteros, federicos,
los celayas, machados, gildebiedmas,
los místicos
les poètes maudits quienes escriben por mí y van llenando mi aljibe
de letras libertinas que se inventan
atriles y fonógrafos.
Yo sólo fui poniendo nidales donde ellos
dijeron que había pájaros,
sólo dije niñez donde habían dicho inocencia,
azul donde ellos vieron misterio,
donde casa encendida
dije madre.
Nadie debe extrañarse de que diga a menudo
que me asomo al balcón y se me llenan
los párpados de peces,
que me leo en el mar y desconozco los perfiles del mundo,
que estoy solo mirando al horizonte,
que soy fuego abolido por el fuego y a la hora de hablar se manifiesta
mi condición de huérfano.
Y por eso
el día que yo muera alguna parte minúscula de ellos
se morirá conmigo.