Aquí vienen a parar todos los cauces de los sentimientos
que el alma desborda en su andar desconocido.
En mi vuelo sin destino he visto cómo se rompen los cristales
en aleteos de mariposas azules
y en el trinar errabundo de plegarias amanecidas.
He visto cómo llueven corazones de colores
buscando tierras desiertas para esconder sus angustias
y redimir el pecado del amor incontenible.
Aquí vienen a posar las oscuras golondrinas que Becker tanto esperó,
y también las olas del mar que Neruda en su pecho guardó.
Es éste un nido de amores donde nacen y se olvidan
los vaivenes que en la vida,
como viento revoltoso, imprevisible y certero
arremolina ilusiones en un solo palomar.
He visto y me contenta cómo nacen los besos
en los infinitos prados del deseo sin horizontes.
Siento la paz serena, azul cielo, de la amistad
que arde con el leño solitario de las manos mendicantes de calor.
Aquí siguen llegando ilusos conquistadores
y doncellas desprendidas de algún vientre descuidado,
para tejer telarañas del palpitar misterioso
que se oculta en cabelleras y en la sombra de una estrella.
He visto la danza limpia de crepúsculos valientes
enrojecer nubes blancas que abandonaron su orgullo.
Y también amaneceres de ventanas inocentes
con pretensiones inciertas buscar la luz en el tiempo.
Miles de peregrinos partimos alborozados
al santuario imponente que abre sus brazos maternos.
Y por fin hemos llegado con una rosa en la mano,
la gratitud en los labios y esperanza en cada verso,
para decir un “te quiero”,
para gritar un “te amo”,
para llorar un adiós
y para cantar las victorias de los pétalos del alma.